Jubileo de la Vida Consagrada. Vidas entregadas sembrando esperanza
Patricia Ynestroza - Ciudad del Vaticano
El Jubileo de la Vida Consagrada celebrado en Roma ha sido un espacio de encuentro, reflexión y renovación espiritual para quienes han consagrado su vida a Dios en los diversos carismas y formas que enriquecen a la Iglesia. Entre los miles de consagrados del mundo, Honduras también estuvo presente, representada por mujeres que, desde su servicio misionero y secular, llevan la esperanza del Evangelio a los lugares más necesitados. Vatican News entrevistó a la hermana Gilma Guadalupe Rojas Vicaria general del Instituto Misionero María de las Américas (MARILAM) y Sarahí Villeda de la Orden de Vírgenes Consagradas de la Arquidiócesis de San Pedro Sula
Llamadas a manifestar la misericordia de Dios
Desde hace cuarenta años, el Instituto Misionero María de las Américas (MARILAM) ha sido signo de presencia y cercanía entre los más pobres. Fundado en 1985 en Honduras por Monseñor Marcelo Gerín, obispo canadiense y promotor del movimiento de Delegados de la Palabra, este instituto nació con la misión ad gentes, es decir, para anunciar el Evangelio en tierras y realidades donde Cristo aún no es conocido.
“La fuerza de nuestro carisma está en manifestar la presencia misericordiosa de Dios entre los pobres, los alejados, los pueblos originarios, los migrantes y en todos esos lugares donde la Iglesia apenas puede llegar”, explica la Hna. Gilma Guadalupe Rojas, actual vicaria general del Instituto.
Sus comunidades misioneras se encuentran en Centroamérica, en la frontera sur de Estados Unidos acompañando a migrantes, y también en España, en la diócesis de Jaén, donde realizan animación misionera en parroquias locales.
Su forma de evangelizar, asegura la hermana Gilma, nace de la cercanía y la vida sencilla:
La hermana participó en Roma del Jubileo de la Vida Consagrada, un proceso que comenzó hace más de un año en Honduras, con formación, peregrinaciones y encuentros de reflexión en torno a la fidelidad creativa de la vocación consagrada. “El Papa nos ha invitado a abrir fronteras, a crear nuevas formas de evangelizar. Eso conecta profundamente con nuestro carisma. Nos impulsa a ir siempre a la otra orilla, donde está el mundo herido, a ser testigos de Dios amando como Él ama”, expresó con emoción.
Ser levadura en medio del mundo
Sarahí Villeda pertenece a la Orden de Vírgenes Consagradas de la Arquidiócesis de San Pedro Sula, una forma de vida consagrada que, aunque antigua en la Iglesia, hoy florece nuevamente en diversas diócesis. “Es un estilo de vida que germina en silencio”, dice con serenidad. Inspiradas en las vírgenes de los primeros siglos del cristianismo, las mujeres consagradas de esta orden viven en medio del mundo, manteniendo su compromiso de virginidad consagrada a Dios, pero insertas en la realidad cotidiana: trabajan, estudian y participan en la vida parroquial. Sarahì comenta:
Su testimonio se convierte así en una presencia discreta pero profunda, “como la levadura que hace fermentar la masa”. Sarahí ha acompañado el proceso preparatorio del Jubileo durante tres años, representando a Honduras en los equipos internacionales de trabajo y animando luego la formación y motivación en su país.
Ha sido una experiencia de comunión entre los diversos carismas. Todos nos enriquecemos mutuamente: religiosos, institutos seculares, vírgenes consagradas… somos un solo cuerpo al servicio de la Iglesia, ha dicho.
Durante la celebración jubilar en Roma, la homilía del Papa Francisco la marcó profundamente:
De regreso a Honduras, Sarahí llevará consigo ese mensaje: ser signo de alegría, esperanza y humanidad entre las realidades difíciles de su país. “Nuestra misión es humanizar la realidad que vivimos, acompañar con ternura, escuchar, estar con nuestra gente. Eso es vivir el amor absoluto al que Dios nos llama.”
Un jubileo que renueva la esperanza
El Jubileo de la Vida Consagrada ha sido para ambas hondureñas una experiencia de profunda comunión e impulso misionero. En medio de los desafíos sociales, migratorios y espirituales de América Latina, sus testimonios confirman que la vida consagrada sigue siendo un signo vivo de esperanza, una llamada a abrir fronteras y a vivir el Evangelio con alegría y creatividad.
Como dijo la Hna. Gilma:
“La misionera consagrada está donde está el dolor, para dar esperanza y ser testigo del amor de Dios.”
Y como concluye Sarahí:
“Cuando un consagrado vive a plenitud su vocación, nuestra gente vuelve a creer que Dios sigue caminando con nosotros.”
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