Migrantes, en su mayoría haitianos, se congregan a las afueras de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) en Tapachula. Migrantes, en su mayoría haitianos, se congregan a las afueras de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) en Tapachula.

México: en Torreón una casa siempre abierta para los migrantes

El Centro Social Católico Santiago Apóstol celebra estos días su segundo aniversario desde la apertura. “Somos la casa de todos, anunciamos la Palabra, y el hambre no tiene religión: todos son bienvenidos”, subrayan los voluntarios.

Nicola Nicoletti - Ciudad del Vaticano

En México, el Centro Social Católico Santiago Apóstol cumple dos años desde su inauguración. Nos encontramos en Torreón, en el norte del país, una tierra árida y calurosa. Aquí, los migrantes cruzan las rutas que los autobuses y camiones comerciales hacia Estados Unidos recorren día y noche rumbo a la frontera. En este cruce de carreteras y vías férreas nació, dentro de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima, el Centro Social Católico Santiago Apóstol, un espacio dedicado al apóstol Santiago.

Un centro donde reina la caridad

Las celebraciones de la Hora Santa y posteriormente la Eucaristía, presididas por el obispo diocesano, monseñor Luis Martín Barraza Beltrán, acompañado por el padre Rafael López, el padre Juan Fernando Navarrete y el jesuita Ernesto Martínez, fueron los momentos principales para dar gracias a quienes han trabajado y siguen trabajando por los más necesitados.

El último domingo de septiembre no faltó la cena que cerró la jornada festiva, compartiendo platos sencillos en un ambiente de alegría, música popular y fraternidad.
En estos años, el centro parroquial ha sido hogar y refugio para hombres y mujeres de más de diez países de América Latina. Todo comenzó con los fieles mexicanos, que primero descubrieron y luego atendieron las necesidades de tantas personas: desde niños hasta ancianos, llegados de distintas partes de México y del continente en busca de paz y trabajo.

“Los migrantes están aquí porque el cruce ferroviario pasa por nuestra ciudad —explica el padre Rafael López, párroco de la comunidad de Nuestra Señora de Fátima—. En nuestra región, conocida como La Laguna, hemos asistido a miles de migrantes, en el pasado incluso a 200 o 300 personas por día”.

Relaciones humanas

Hoy, debido a las restricciones del gobierno estadounidense, el número ha disminuido: a veces son apenas unas decenas. Algunos necesitan recargar el celular para llamar a su padre o a su esposa en Guatemala, Nicaragua o Venezuela; otros simplemente tienen hambre y necesitan comer y beber. Jóvenes y ancianos descansan, agotados tras días y noches de viaje entre trenes y aventones.

“Como parroquia decidimos abrir un comedor y una casa para estos hermanos —continúa el sacerdote—. No tenemos habitaciones para que duerman, pero aun así muchos eligen quedarse en los espacios exteriores de la iglesia, acampar al aire libre y esperar a que abramos nuevamente las salas”.

Es una señal clara de una relación que va más allá de la ayuda material y se amplía a los vínculos humanos más esenciales. Gracias a los nuevos servicios, los migrantes que llegan para recoger alimentos o desayunar y almorzar podrán asearse en instalaciones más dignas, separadas para hombres y mujeres.


Puertas abiertas a los más necesitados

Es una Iglesia de puertas abiertas que camina junto a los últimos. El centro es conocido por su colaboración con la ONU, Médicos Sin Fronteras y la Cruz Roja, pero también por su relación con instituciones locales como escuelas y universidades. Los voluntarios provienen incluso de otras confesiones religiosas.

La iniciativa ha involucrado profundamente a los sacerdotes de la ciudad. Los activistas del centro han sido invitados a dar testimonio de su atención a los más vulnerables en las iglesias, participar en conciertos, anunciar el Evangelio de la caridad en los barrios, asociaciones e instituciones.

“Somos la casa de todos, anunciamos la Palabra, y el hambre no tiene religión: todos son bienvenidos”, repiten los voluntarios.

Aunque el flujo de personas ha pasado de multitudes a decenas, la disposición a acoger, compartir alimentos o medicinas con los enfermos no se ha detenido. Monseñor Barraza Beltrán aseguró que las puertas seguirán siempre abiertas para los migrantes, agradeciendo a voluntarios y benefactores por su trabajo incansable y las iniciativas que han hecho posible recibir con dignidad a todos.

"Aquí a nadie se le paga nada, la gente viene a servir de todo corazón", afirman los sacerdotes: una invitación a la caridad y a servir a los últimos, como misión de esperanza en el tiempo del Jubileo.

Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí

23 octubre 2025, 15:22