Ucrania. El religioso en tiempos de guerra, custodio de la esperanza

Con ocasión del Jubileo de la Vida Consagrada, el padre Robert Lisseiko, Superior General de la Orden Basiliana de San Josafat, habla de la labor pastoral de sus hermanos en las zonas de conflicto: damos refugio en los conventos a muchos refugiados y escuchamos sus historias y desahogos, esto nos ayuda a nosotros y a ellos a permanecer íntegros en la mente y en la fe

Svitlana Dukhovych - Ciudad del Vaticano

Permanecer un tiempo, incluso largo, repetido durante días, escuchando un trozo del horror que cuenta un superviviente de guerra, y que a menudo se desborda, es difícil, fatigoso incluso para quien tiene una interioridad entrenada como un religioso. El padre Robert Lisseiko, superior general de la Orden Basiliana de San Josafat, habla a los medios vaticanos del "gran desafío" al que se enfrentan a diario sus hermanos, dispersos en los conventos de Ucrania donde tiene sus raíces el Instituto Basiliano. "Hay que estar preparado y también saber ayudarse para poder escuchar al prójimo", afirma con una conciencia agudizada por más de tres años y medio de conflicto.

El padre Robert Lisseiko
El padre Robert Lisseiko

Padre Lisseiko, ¿cuáles son los retos a los que se enfrentan los religiosos ucranianos en estos tiempos difíciles?

Son los mismos retos a los que se enfrenta el pueblo ucraniano. En primer lugar, esa falta de sensación de seguridad, la percepción de peligro constante, porque nunca se sabe cuándo va a llegar un misil, un dron, por lo que el estrés es muy alto y esto también afecta a la salud de nuestros religiosos. Por otro lado, y quizás parezca extraño, la guerra también es una oportunidad para redescubrir esos valores humanos que he mencionado antes. Porque el pueblo ucraniano, incluso nuestros religiosos, han tocado con sus propias manos la gran solidaridad de Europa, especialmente de Europa, pero también de otros países que ayudan a nuestro pueblo, tanto a los que se han visto obligados a huir a causa de la guerra, como a los que han quedado en Ucrania y necesitan mucho apoyo. La guerra también nos ha ayudado a redescubrir esa profunda humanidad de Europa, que tiene una raíz cristiana de la que quizá hemos perdido la memoria. Pero grandes desafíos son también las obras pastorales que debemos llevar a cabo. Por ejemplo, nuestros monasterios han acogido a tantos refugiados y el trabajo pastoral ha cambiado, porque muchas personas necesitan hablar, descargar su rabia comunicándose con alguien, contar sus historias de huida de la guerra, de lo que han visto allí donde la guerra golpea. Escuchar a estas personas es también un gran reto, porque hay que estar preparado y también saber ayudarse para poder escuchar al prójimo.

Este año jubilar tiene como tema "la esperanza". En un contexto de guerra, ¿qué cree que es la esperanza? ¿Ha cambiado en usted la percepción de este valor durante este periodo?

Ahora veo la esperanza como una gran fuerza interior, que ayuda a una persona a mantenerse íntegra. Nuestra psique puede desmoronarse si no hay esperanza. Si se desvanece la visión del futuro, el deseo de no detenerse, de seguir adelante más allá del mal que vemos ahora a nuestro alrededor, con la esperanza de que cambie, intentando ver la luz al final de un túnel. Todas las personas necesitan esperanza, por eso creo que la tarea de la vida religiosa es también -a través de su fe, de su vida comunitaria- dar testimonio de ella, ese signo vivo y verdadero de que más allá de las dificultades que experimentamos hoy siempre hay un futuro diferente, mejor.

Usted ha dicho que entre los retos a los que se enfrentan los religiosos en Ucrania está el de hablar con la gente y ayudarles a comunicar lo que ha causado la guerra. A menudo son cosas muy difíciles de expresar, también se hacen preguntas nada fáciles sobre Dios y la fe...

Creo que la fe en sí es un tema muy difícil de tratar. Esto se debe a la imagen que a menudo tenemos de Dios: la de un poderoso que lo puede todo, que siempre puede ayudarnos, el que escucha nuestras plegarias. La gente siempre ha tenido la esperanza de que Dios es el que a menudo hace milagros, pero el tiempo de guerra trae la decepción porque la gente reza, pide que termine la guerra, pero no ve ningún cambio. Es entonces cuando la fe entra en crisis. Pero el tiempo de guerra ofrece la posibilidad de que madure la fe, de que cambie la imagen de Dios, de que Dios haga algo en nuestro lugar. Dios colabora con nosotros, nos da la gracia para que podamos hacer el bien que debemos hacer. Hoy, Dios defiende al pueblo ucraniano con soldados que defienden a su pueblo. Dios apoya al pueblo ucraniano a través de muchas personas de buena voluntad que llevan ayuda a los necesitados. Así que si vemos que Dios actúa a través de otras personas, podemos redescubrir a un Dios diferente del que a menudo imaginamos, uno que realiza un gran milagro en un segundo y el mundo cambia. Dios no quiere la guerra, pero la guerra la provocan los hombres que se oponen a Dios. La guerra se convierte en una posibilidad, en un espacio donde la fe puede crecer y cambiar de verdad. Entrar en crisis y salir de la crisis más maduro y con una imagen más veraz de Dios.

¿Qué otra contribución ofrecen los padres basilianos para ayudar a los que sufren la guerra?

Además de acoger a muchos refugiados en nuestros monasterios y, como se ha dicho, dedicar tiempo a escuchar a las personas heridas por la guerra, otro aspecto importante -que quizá olvidamos a menudo porque tendemos a centrarnos en lo que es actividad externa- es que nuestros monjes rezan por la paz. Creo que todas las personas consagradas a Dios, así como todo el pueblo ucraniano, los que esperan en Dios, rezan por la paz y gracias a ello Dios nos da también la fuerza para resistir, para sobrevivir en este tiempo tan difícil.

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13 octubre 2025, 10:37