Padre Renato Chiera: “En Brasil, la falta de amor hace más daño que una bomba”
Por Guglielmo Gallone – Ciudad del Vaticano
«La falta de amor hace más daño que una bomba: genera odio, violencia y desesperación. Durante cuarenta años, junto a los pobres de Brasil, he visto que el primer paso para cualquier rescate es hacer que las personas se sientan amadas. Solo después pueden estudiar, trabajar y cambiar de vida».
El padre Renato Chiera habla a los medios vaticanos con la serenidad de quien ha atravesado generaciones enteras de dolor y resurrección en las calles del mayor país sudamericano.
Fundador de Casa do Menor —una asociación nacida en 1986 que ha acogido a más de 7.500 jóvenes y cuenta con 5.000 voluntarios en todo Brasil—, el padre Renato es uno de esos “curas de la calle” que ha elegido evangelizar no con palabras, sino con su presencia, especialmente en las cracolandias, los barrios de las grandes ciudades marcados por la drogadicción, el abandono y la falta de servicios.
El encuentro con el Papa León XIV
Hoy, al término de la audiencia general, el padre Renato se encontró con el Papa León XIV. «Siempre es una emoción encontrarse con el Papa —nos cuenta—, no importa quién sea, porque en él se encuentra a toda la Iglesia. A León XIV le llevé el abrazo y el agradecimiento de los meninos de rua, nuestros chicos de la calle, el pueblo de las cracolandias. Le di las gracias porque se ha acordado de los pobres en su exhortación apostólica Dilexi te.
Le presenté nuestro trabajo: cuarenta años de historia de Casa do Menor, un camino de redención y de calle, y quince años de presencia en las cracolandias. Me llaman cura de la calle, y lo soy, pero esa calle se ha convertido en lugar de Evangelio. También le hablé de la Família Vida, nacida de jóvenes heridos y abandonados que, en el amor, encontraron un motivo para consagrarse. El Papa se mostró atento, interesado y muy contento. Le entregué la película Dear Child (Querido hijo), que narra nuestra experiencia, y le hablé de nuestra misión en Guinea Bissau, abierta en 2022, donde el obispo lo ha invitado para celebrar los 25 años de la diócesis. Me sonrió y me bendijo: para mí esa bendición fue el mayor don».
El misionero, originario del Piamonte, añade: «Cada vez que encuentro al Papa siento que presento ante toda la Iglesia nuestra misión, que no es simplemente social, sino evangelización a través de lo social. No evangelizamos con palabras, sino con gestos. Jesús hacía así: primero actuaba, luego hablaba. Y la palabra que lo resume todo es presencia: estar ahí, entre la gente, compartir su vida, abrazar, incluso ensuciarse. Así se transmite el amor de Dios».
Qué significa ser misionero
La experiencia del padre Renato se une a la figura del Papa León XIV por un tema común: la misión. Tras encontrarse con un Pontífice que también ha sido misionero, resulta natural preguntarle qué significa para él ser misionero. «No significa ir a convertir —explica—, sino ir a amar».
Es una forma de vivir que se traduce en presencia, escucha y ternura. «Nuestra gente no se siente amada por Dios —cuenta— porque a menudo no se siente amada por nosotros, por nuestras Iglesias, que a veces son frías y cerradas hacia los pobres, los sucios, los que no tienen zapatos. El misionero es quien lleva la presencia gratuita del amor de Dios, el que se sienta al lado, que no juzga, que se hace prójimo».
Su convicción nace de una imagen sencilla, conservada como una llamada interior: «Era el día de una primera comunión, una hermosa ceremonia, muchas fotos. Pero al salir vi a unos niños de la calle y me pregunté: “¿Cómo sabrán que son amados?”. Dentro de mí escuché una voz: “No debes hablar del Dios amor, debes ser Dios amor”. Desde entonces, he tratado de vivir así».
Desde 1986 junto a los meninos de rua
De esa intuición nació toda una vida junto a los últimos. En las cracolandias de Río, el padre Renato se sienta junto a los jóvenes que fuman crack y les hace solo dos preguntas: ¿Te sientes amado por alguien? ¿Cuáles son tus sufrimientos? En ese momento caen las defensas, brotan las lágrimas y nace la confianza. Una noche junto a ellos cambió la vida de Carlos Alberto, quien tras veinte años en la calle lleva ya diez consagrado. Hoy acompañó al padre Renato a Roma, al encuentro con el Papa.
Junto a él estaba también Lucila Ines Cardoso da Silva, actual presidenta de Casa do Menor:
«En nuestra labor encontramos muchos rostros, cada uno con una herida profunda. Recuerdo a un recién nacido, hijo de una madre drogadicta. Ella era cracuda y, nada más dar a luz, huyó del hospital dejándolo solo. Cuando me llamaron, fui con el padre Renato a buscarlo. Lo llevamos a nuestra casa y lo llamamos Miguel, como San Miguel, nuestro patrono».
Lucila recuerda las palabras del Papa León XIV en Dilexi te, donde afirma que «en el rostro herido de los pobres encontramos la misma pasión del Cristo inocente».
«Cuando te sientas junto a ellos y escuchas sus historias —continúa— ves la soledad de Cristo en la cruz, la misma ausencia de amor en los ojos de nuestros chicos: la ausencia de un padre, de un cariño. Por eso nuestra misión es hacerlos sentir amados de nuevo, devolverles una familia y una voz que les diga: “Eres hijo”. Es entonces cuando recuperan su dignidad y el deseo de vivir».
La pedagogía de los no amados
Precisamente de esa carencia de amor nace una de las iniciativas más profundas de Casa do Menor.
El padre Renato lo explica así: «La mayor tragedia no es la pobreza material, sino la falta de amor». Por eso ha desarrollado lo que llama la “pedagogía de los no amados” y la “pedagogía de la presencia”: «Ninguna pedagogía o psicología habla del drama de no sentirse hijo. Pero esa es la raíz de todo: quien no se siente amado pierde la confianza en sí mismo, deja de amarse y acaba destruyéndose y destruyendo a los demás. De ahí nacen la violencia, la depresión y el narcotráfico.
Nosotros tratamos de mostrar a los jóvenes que su vida tiene una misión, un sentido, un papel como don para los demás. Cuando lo descubren, liberan una fuerza interior enorme». El deseo del padre Renato es que esta intuición sea estudiada también en las universidades, porque «no concierne solo a Brasil. En Europa también hay una pobreza del corazón: familias frágiles, jóvenes sin escucha, adultos solos. Nuestro deber es reconstruir relaciones de amor auténticas, capaces de hacer sentir que la vida tiene valor».
Entre el narcotráfico y la violencia
Lucila confirma que «otra gran herida de la sociedad brasileña es la crisis de la familia. Muchos niños crecen sin padres, al cuidado de abuelas, tías o completamente solos. Así la sociedad corre el riesgo de perder sus valores fundamentales: ya no importa la persona, sino el dinero, la imagen, el poder. Por eso digo que la violencia o el narcotráfico son el grito de quien no se siente hijo amado y no tiene esperanza de futuro. Nuestra respuesta es dar amor, familia, juego, educación y esperanza. En cuarenta años de experiencia hemos demostrado que esta es una verdadera política pública de vida».
Amar las periferias humanas
Ese fue también el último mensaje del Papa Francisco al padre Renato: amar las periferias humanas.
«Cuando llegué a Brasil en 1978 —concluye el misionero— me atraían las periferias porque allí está Jesús que sufre. El Papa Francisco lo dijo perfectamente: el amor a las periferias no es sociológico, es teológico.
No vamos entre los pobres solo para ayudarlos, sino porque en ellos encontramos a Cristo. Cuando entro en las cracolandias, entre quienes viven en la calle, siento que vivo una comunión: ellos son hostias vivas, presencia real de Jesús que sufre. Cada vez que abrazo a uno de ellos, es como recibir la comunión. En esos rostros heridos y abandonados está el Cristo abandonado. Esa es la motivación profunda de nuestra misión».
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