Monseñor Verny en audiencia con el Papa (foto de archivo). Monseñor Verny en audiencia con el Papa (foto de archivo).

La Iglesia busca avanzar hacia una cultura global de prevención

La Comisión Pontificia para la Protección de los Menores publica este jueves 16 de octubre su segundo informe anual, centrado en el acompañamiento de las Iglesias locales y el papel esencial de las víctimas en el proceso de reforma. Conversamos con su presidente, monseñor Thibault Verny.

Jean-Charles Putzolu – Ciudad del Vaticano

El segundo informe de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, presentado el jueves 16 de octubre, contiene una serie de recomendaciones dirigidas a las conferencias episcopales y desea reforzar el ministerio de la escucha, promoviendo en particular el desarrollo de «centros de escucha acogedores» al servicio de las víctimas de abusos por parte de miembros del clero. Esta escucha, subraya el informe, permitirá aprender y perfeccionar el compromiso de la Iglesia contra los abusos. El texto insiste también en el acompañamiento de las conferencias episcopales en la aplicación de las directrices, basándose tanto en las experiencias de proximidad como en el apoyo de los nuncios apostólicos.

La Comisión Pontificia Tutela Minorum prosigue así su labor en favor de la reparación de las heridas, lo que pasa por una mayor implicación de las víctimas. Así nos lo explica en esta entrevista Mons. Thibault Verny, presidente de la Comisión para la Protección de Menores, nombrado el pasado 5 de julio por el Papa León XIV.


Monseñor Verny, supongo que ya ha presentado el informe de la comisión que preside al Papa León XIV...

El Papa León XIV desea dar continuidad, o más bien profundizar, en la labor de la Comisión. Por ello, me recibió junto con el secretario de la Comisión a principios de septiembre y tuvimos la oportunidad de presentarle este segundo informe anual con las recomendaciones, que él escuchó con atención.

¿Cuáles son las líneas generales de este segundo informe y en qué se diferencia del anterior?

Este documento se articula en torno a tres ejes. En primer lugar, hemos tenido en cuenta las observaciones, por no decir las limitaciones, que surgieron en el primer informe, en el sentido de que la voz de las víctimas estaba poco presente. Por ello, para este segundo informe, hemos querido contar con la participación de un grupo de reflexión formado por víctimas. Cuarenta personas nos han ayudado en la elaboración de este informe anual; cuarenta víctimas procedentes de diferentes partes del mundo.

El segundo eje se refiere al enriquecimiento de los datos de que disponemos. Hemos querido ampliar nuestras fuentes para que no sean únicamente internas de la Iglesia. Por lo tanto, hemos utilizado los datos del Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Para cada uno de los países que destacamos, esto nos ha permitido establecer una correspondencia con los datos intraeclesiásticos de que disponíamos.

En cuanto al tercer eje, cada año destacamos una selección de países, congregaciones religiosas y dicasterios. No revisamos todos los países cada año, ya que no sería posible. Por lo tanto, cada informe anual tiene su connotación particular.

¿Por qué era tan importante la participación de las víctimas en la elaboración de este informe?

Porque forma parte de una actitud fundamental: caminar junto a las víctimas, escucharlas con humildad, con seriedad y con dolor. Se trata de avanzar juntos no solo para decir la verdad, sino también para discernir las decisiones y cambios necesarios para proteger a los más vulnerables.

Cuando una víctima ofrece su testimonio, espera reconocimiento y reparación; espera que se tomen medidas para que los abusos no vuelvan a repetirse. Las víctimas nos ayudan realmente a avanzar; no podemos actuar sin ellas.


El informe menciona “lagunas sistémicas” en un contexto histórico bien conocido. ¿Cómo se puede responder a ello?

Decir que hay lagunas sistémicas no significa que sean sistemáticas. Pienso, por ejemplo, en la declaración de la Asamblea Plenaria de los Obispos de Francia en 2021, que explicó que las violencias no fueron solo obra de individuos aislados, sino que fueron posibles debido a un contexto general —una cultura, unas prácticas y mentalidades dentro de la Iglesia— que permitieron su perpetuación e impidieron su sanción.

La respuesta pasa por una conversión de los corazones y una prevención colectiva. No puede recaer solo en expertos o en algunos responsables, sino en todos. En este sentido, las medidas universales como el vademécum o las nuevas directrices son respuestas sistémicas, y eso es precisamente lo que piden las víctimas. Se trata de avanzar hacia una justicia “conversional”, que transforme las mentalidades y las estructuras.

Las directrices de la Iglesia son válidas para todos los países. ¿Pueden interpretarse de manera diferente según las regiones?

La Comisión está ahí para caminar junto a las conferencias episcopales. Lo experimento, por ejemplo, en mis encuentros con las conferencias africanas francófonas. Las directrices deben poder adaptarse a las distintas culturas, mentalidades y contextos locales.

Las anteriores se centraban sobre todo en los procesos disciplinarios. Las próximas incluirán también aspectos de protección y prevención.


¿Por “apropiación” se refiere a diferencias en la aplicación de las directrices?

Una vida humana sigue siendo una vida humana. La vulnerabilidad es siempre vulnerabilidad. No importa el contexto o las circunstancias: una vida tiene el mismo valor en todas partes. Ese es el corazón mismo del mensaje cristiano.

La iniciativa Memorare ha acercado la Comisión a las Iglesias locales. ¿Cómo contribuyen estos grupos de trabajo descentralizados?

Memorare es un excelente ejemplo de colaboración: permite escuchar a las Iglesias locales, compartir buenas prácticas y ofrecer apoyo, incluso material, a los países que lo necesiten. Es una red de solidaridad concreta.

En lo personal, ¿cómo valora el avance del trabajo desde que asumió la presidencia?

Percibo una auténtica toma de conciencia global. Mi nueva misión me ofrece una visión más amplia, y me alegra ver cómo la Comisión está cada vez más integrada en la Curia romana, trabajando en sinergia con los distintos dicasterios.

Este segundo informe es fruto también de esa colaboración. Además, el apoyo de los nuncios apostólicos nos ayuda a afinar nuestra comprensión de las realidades locales. Todo ello muestra que el compromiso de la Iglesia con la protección de los menores está vivo y en expansión.

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16 octubre 2025, 12:51