Jubileo Fuerzas Seguridad, Parolin: el Señor visita nuestros desiertos existenciales
Daniele Piccini – Ciudad del Vaticano
«El Señor viene y nos visita en nuestros desiertos existenciales: no hace desaparecer los problemas, pero nos ayuda a afrontarlos junto con Él. ¡Y sucede como cuando la estepa florece de repente!». Así resumió el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, el sentido de la Navidad y de la entrada del Salvador en la historia del hombre y de cada hombre, en la misa con motivo del Jubileo de la Guardia Suiza, del Cuerpo de Gendarmería y de los Bomberos del Estado de la Ciudad del Vaticano, celebrada el sábado pasado en la Basílica de San Pedro.
La paradoja de la esperanza en medio del dolor
Esta alegría, precisa el celebrante a pocos días del final del Año Santo y del cierre de la Puerta Santa, brota también de la esperanza del Jubileo y se dirige privilegiadamente a quienes creen haberla perdido para siempre. El Señor, explica el Secretario de Estado, «quiere sobre todo que esta alegría llegue a quienes están excluidos de toda felicidad, a quienes se consumen en el llanto, atrapados en las garras de alguna grave tristeza o de un dolor demasiado grande». Es un anuncio «que suena paradójico», pero el cardenal recuerda que la paradoja en la Escritura es una «puerta abierta de par en par que, al abrirnos a una realidad más grande, nos hace superar la limitación de nuestros pensamientos».
Cruzar el umbral de esta puerta, aceptar la paradoja, interiorizarla, significa convertirse. Es el salto al que incluso San Juan Bautista está llamado, en el pasaje del Evangelio proclamado durante la Liturgia de la Palabra. Precisamente él, que desde las orillas del río Jordán exhortaba a los pecadores al arrepentimiento, se encuentra «encadenado», «en la cárcel de Macheronte», encarcelado por Herodes Antipas y su «corrupta corte»: precisamente ese árbol «que no da buen fruto» cuyas raíces, según el Bautista, pronto deberían ser taladas con un hacha. Sin embargo, ocurre justo lo contrario, destaca el cardenal Parolin: «Según la crónica, el hacha de los impíos pronto caería sobre él... ¡Sobre el Precursor que siempre había obedecido a Dios!». Ese grito de conversión que tantas veces había «alzado por los demás, ahora resonaba en primer lugar por él».
Una experiencia, subrayó el cardenal, común a todos los hombres: «La vida, en efecto, en algunos casos pone a dura prueba nuestra fe, hasta el punto de que puede surgir la sospecha de que Dios ha perdido el control de la historia».
La salvación para los pobres
A sus discípulos, que fueron a preguntarle si era él el Mesías que esperaban, Jesús responde que «a los pobres se les anuncia el Evangelio». Este punto crucial, que el Secretario de Estado define como «clave», es la paradoja que Juan Bautista debe aceptar para convertirse: compartir «la amarga suerte de los más pobres», experimentar que la salvación no se produce al margen del dolor, el sufrimiento o la muerte, sino precisamente en el seno de estas dimensiones trágicas de la vida del hombre.
«En el abandono de una prisión experimentó que el Señor no lo abandonaba: al contrario, que la buena nueva se dirige principalmente a los desamparados de todos los tiempos, a los que están tocando fondo», comentó el celebrante.
No es magia sino cercanía
El camino del Señor, explicó el cardenal, no consiste en disolver «mágicamente nuestros problemas», sino en «venir a visitarnos», entrar «misteriosamente» en «nuestras desolaciones, en nuestro dolor» y, precisamente allí, permanecer con nosotros.
El profeta Isaías, explicó finalmente el cardenal, describe esta etapa existencial como un florecimiento del desierto. La estepa se cubre de verde y «brota nueva vida»: «Donde parecía reinar la miseria de la muerte, brotan los colores de la vida que renace».
Este consuelo y esta «alegría que proviene de Cristo» nos hace magnánimos, capaces de entrar a nuestra vez en el dolor de los demás, dándonos la «voluntad de descubrir al otro y ayudarlo de todas las maneras posibles a liberarse de lo que lo aleja», argumentó Parolin.
Al final de la homilía, el cardenal encomendó a la asamblea a María, «fuente de alegría» y «causa de nuestro gozo». De la Virgen, concluyó el Secretario de Estado, «aprendemos a tener en el corazón esa fe serena y esa esperanza confiada que, incluso en las pruebas, nos procuran una vida feliz».
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