“Escuchar es construir la paz”: jóvenes del “Bel Espoir” narran su travesía
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
El Mediterráneo, tantas veces escenario de dolor y de fronteras, se convierte este año en un mar de encuentro gracias a la odisea del “Bel Espoir” —Hermosa Esperanza—, un velero-escuela que zarpa en marzo y culmina en octubre de 2025 tras ocho etapas y treinta puertos.
Organizado por la asociación Mar Yam, la Asociación Hermosa Esperanza – AJD y la Asociación Diocesana de Marsella, el proyecto MED25–Bel Espoir reúne a más de doscientos jóvenes de las cinco orillas del Mediterráneo. De distintas culturas, idiomas y credos, viajan con una misma brújula: la paz.
“Queremos que el Mediterráneo vuelva a ser un espacio de encuentro y no de conflicto”, explican los organizadores, en continuidad con los Encuentros Mediterráneos celebrados en Bari (2020), Florencia (2022), Marsella (2023) y Tirana (2024).
Un itinerario con alma
Cada tramo del viaje está marcado por un tema que invita a la reflexión y al diálogo.
Desde Barcelona a Tetuán, la travesía se centra en el diálogo de culturas. Luego, el velero navega de Palermo a Bizerta, abordando los desafíos de la educación y la sociedad.
Entre Valletta y La Canea, la mirada se posa sobre el papel de las mujeres en el Mediterráneo, y en el trayecto Nicosia–Jounieh, los jóvenes profundizan en la riqueza y la diversidad de los pueblos del mar común.
Más adelante, en el tramo Estambul–Atenas, reflexionan sobre medio ambiente y desarrollo, mientras que en Durres–Trieste se enfrentan al tema de las migraciones.
El recorrido continúa de Rávena a Bari, donde descubren los puentes entre el cristianismo oriental y occidental, para finalmente concluir en Marsella, en una gran celebración por la paz.
“El mar nos enseña a convivir”
Para Aurora Ferro, traductora e intérprete, el barco es mucho más que un medio de transporte:
“En el Bel Espoir aprendemos a remar juntos, a cantar en distintos idiomas, a dejar espacio al silencio. En ese silencio, a veces solo roto por el sonido de las olas, descubro que la esperanza no se improvisa: se construye con gestos concretos de fraternidad”.
Aurora confiesa que lo que más le sorprende es la vida cotidiana compartida:
“Preparar la mesa, cocinar, fregar, orar… Todo se convierte en ocasión para servir y escuchar. Comprendo que la paz empieza cuando dejamos de mirarnos solo a nosotros mismos y abrimos el corazón a los demás”.
Su testimonio refleja la espiritualidad de lo cotidiano, esa pedagogía sencilla que el Papa Francisco llamaba “la santidad de la puerta de al lado”.
Lupe coincide:
“Cada día es distinto: navegar, limpiar, cocinar, celebrar. Las conversaciones profundas nacen de cosas sencillas. Descubro que la paz no es un concepto, sino una práctica cotidiana de paciencia, de perdón, de cuidado mutuo”.
En su relato, el Mediterráneo se vuelve un espejo del alma:
“En cada puerto el mar huele distinto. Aprendemos que el encuentro no se impone, se cultiva. Hay que escuchar al otro sin miedo, incluso cuando no compartes su fe o su cultura. Y eso ensancha el corazón”.
Lupe valora especialmente el trabajo en equipo: “A bordo todo se hace entre todos. Si alguien está cansado, otro toma el relevo. Si alguien está triste, se le acompaña. Es un pequeño laboratorio de Iglesia, pero también de humanidad”.
“No hay paz sin diálogo”
El artista español Patricio Sánchez Jáuregui participa en la cuarta etapa, entre Nicosia y Jounieh, dedicada a los pueblos del Mediterráneo.
“Me motiva la posibilidad de participar en un proyecto que une culturas, religiones y nacionalidades en torno al ideal de la paz”, comparte. “El Bel Espoir representa un espacio de encuentro y de reflexión sobre lo que significa convivir desde la fe o desde la humanidad”.
Recuerda un momento de fuerte contraste durante la llegada al Líbano:
“Vemos los misiles de Israel e Irán iluminar el cielo. La belleza del mar y la violencia del fuego conviven en una misma escena. Hay silencio absoluto. Comprendo la fragilidad humana, pero también la capacidad de responder con amor, con arte y con esperanza”.
De esa noche nacen algunos de sus retratos, testimonio de lo que él llama “una mezcla de miedo, esperanza y humanidad”.
Más adelante, reflexiona sobre el sentido del compromiso:
“Comprometerse con la paz significa comprometerse con el diálogo. Escuchar y saber ser escuchado. No pensar que tienes siempre la razón, sino abrirte a los argumentos del otro. En un mundo con tanto maniqueísmo, proyectos así son esenciales”.
Patricio se dirige también a los jóvenes que aún no se animan a salir de su zona de confort:
“Atreveos a embarcaros. A salir a mar abierto. Nadie, en medio de una tormenta, suelta el timón y se lanza al agua. El mar enseña a resistir. La fe, la familia, el servicio: esas son las verdaderas aventuras. El Bel Espoir me hace querer ser mejor persona y mejor hombre”.
Una travesía del corazón
A lo largo de los meses, el Bel Espoir se convierte en un hogar flotante donde se reza, se canta y se dialoga. A bordo hay cristianos, musulmanes, judíos, agnósticos y personas de distintas tradiciones espirituales. El idioma común es el respeto, se desprende del testimonio de Aurora.
Las velas, el viento y el mar sirven de metáforas vivas: la convivencia requiere dirección, flexibilidad y apertura. "Convivir con jóvenes diferentes, dice Lupe, al final es aprender a amar, a darse, a tener cariño y momentos de cuidado, de delicadeza con los demás. Sobre todo, creo que lo que más me gustó es que el primer día que nos subimos al barco, todos nos mareamos porque hubo una tormenta que fue bestial, o sea, fue una tormenta que duró muchas horas, como ocho horas de tormenta, y nunca en la vida había vivido algo así en mi cuerpo".
"Sin embargo, prosigue, te das cuenta de que todos están igual que tú, y que todos están haciendo lo mejor que pueden para ayudar a los demás. Se creó un ambiente de complicidad. No tenemos la misma forma de pensar, no tenemos la misma religión, pero estamos aquí juntos intentando no vomitar, intentando estar sentados sin marearnos, y te miras al otro y en esa mirada, en esos ojos hay una sensación de fragilidad, muy bella, y creo que al final te hace darte cuenta de que somos humanos, y te hace también quitarte muchas máscaras, porque realmente la convivencia en un barco es dura, y hay que hacer sacrificios, hay que racionar el agua, hay que trabajar".
Más que una expedición
Cuando el velero atraque finalmente en Marsella, no solo terminará una expedición: culminará una parábola de esperanza.
“El mar pone todo en su sitio —resume Patricio—. Nos confronta con lo que somos y nos invita a mirar con más ternura”.
En medio de un mundo dividido, el Bel Espoir deja una enseñanza clara: la paz no se predica, se navega.
Como remarcó el Papa Francisco en más de una ocasión, el Mediterráneo "es en verdad el mar del mestizaje —si no comprendemos el mestizaje, nunca comprenderemos el Mediterráneo—; un mar, respecto a los océanos, geográficamente encerrado, pero siempre abierto culturalmente al encuentro, al diálogo y a la inculturación recíproca". Los jóvenes del Bel Espoir ya lo están haciendo: con sus manos en el timón y el corazón abierto al otro, avanzan hacia un horizonte de fraternidad.
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