Ecuador: En las comunidades indígenas la misión que lleva a los jóvenes
Eleanna Guglielmi
“No somos nosotros quienes cambiamos a las comunidades, son ellos los que nos cambian a nosotros”. Así Mónica Calva, misionera Idente y directora de las misiones universitarias de la Universidad Técnica Particular de Loja, explica la Misión Idente Ecuador. Una obra que “lleva esperanza, pero sobre todo ofrece a los jóvenes la ocasión de salir de las aulas para encontrar la vida en los pueblos indígenas, donde la fe sencilla de las comunidades se convierte en escuela y anuncio”, como cuentan las misioneras Karla Esparza de Zamora Chinchipe y Priscila Nole de Ibarra.
Los orígenes
La misión tiene sus raíces en 2004, cuando algunas misioneras y algunos misioneros, procedentes de España, Brasil, Perú y Colombia, junto con estudiantes universitarios volvieron de Chile después de participar en la Misión País. De esa experiencia nació una pregunta: “¿Qué podemos hacer aquí, por nuestro pueblo?”. Así, el inicio de un proceso. Se dieron cuenta de que su acción no podía limitarse a la ayuda social o a un voluntariado que, en ocasiones, sirve solo para tranquilizar la conciencia. Tenían que ir más allá: llevar el Evangelio a los pueblos más olvidados, uniendo evangelización y servicio.
Heridas que interpelan
Pueblos sin agua ni sanidad. Territorios donde permanecen solamente los ancianos. Familias que viven de lo que cultivan, otras marcadas por la violencia. De aquí salieron las misioneras y misioneros Identes de Loja, Santo Domingo, Ibarra. No para colmar todas las faltas, imposible de garantizar, sino para estar: escuchar, acompañar, compartir. Han comprendido que la urgencia no es llevar soluciones inmediatas. El cambio nace de la presencia.
Por qué los jóvenes
Involucrar a los universitarios no es un detalle, sino el corazón de la misión. Los estudiantes no son llamados a “hacer voluntariado”, sino a jugársela hasta el fondo: adentrarse en las periferias, entregar las propias capacidades en servicio y sumergirse en la vida de las familias que los reciben.
Un año después, cientos de jóvenes eligen dejar las aulas y la comodidad para descubrir que la universidad se puede convertir en un lugar de anuncio y de misión. Y la experiencia no termina al volver: muchos siguen con otras formas de servicio, permanecen vinculados a las familias visitadas, piden acompañamiento espiritual, transforman lo vivido en proyectos de investigación y de innovación social. Algunos reconocen incluso la propia vocación. “Debo mi llamada a la Misión Idente Ecuador”, confía hoy un sacerdote de Quito. Y una monja contemplativa escribe para dar las gracias: es ahí que ha reconocido su vocación.
Las comunidades que evangelizan los jóvenes
La misión no es en sentido único. Los jóvenes llegan para ayudar, pero son ellos los que reciben. Las comunidades, con su fe sincera, enseñan que se puede vivir con poco sin perder la alegría. Es un shock que marca profundamente: quien viene de contextos urbanos y seguros se encuentra delante de condiciones de pobreza y, al mismo tiempo, de una alegría que convierte.
Espíritu de familia y signos eclesiales
El secreto de la misión no son los programas, sino el clima. El espíritu de familia, cultivado en la oración común, en las comidas compartidas y en la hospitalidad sencilla de las familias, se convierte en la condición que hace posible todo el resto. “Si la convivencia es buena, todo va bien”, repite Ruth de Ibarra. La misión no es un proyecto a realizar, sino una experiencia para vivir como comunidad.
En veintiún años, la Misión Idente Ecuador ha involucrado a más de 4.300 estudiantes, alcanzado casi 500 comunidades y acompañado a cerca de 30 mil familias. Las condiciones materiales no se cambian de un día para otro: “No podemos decir que se resuelve todo, tampoco con las jornadas médicas”, reconocen las misioneras Mónica e Ruth. De esta experiencia nacieron vínculos duraderos con las comunidades visitadas, vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal, pero también proyectos de investigación, de innovación social y de voluntariado que continúan mucho más allá de los días de la misión.
En toda comunidad la misión se incluye en el plan pastoral de las parroquias, colaborando con los párrocos y formando líderes locales que después acompañan las actividades de la Iglesia. En esta combinación la misión encuentra sentido y comunidad: la confianza de las diócesis, que cada año acogen estudiantes y misioneros, ha hecho que este proyecto sea parte de la vida eclesial de Ecuador.
Raíces y futuro
Hoy la misión lleva el rostro de consagradas y consagrados procedentes de todo Ecuador: desde Loja y Zamora Chinchipe, a Imbabura y Quito; de la Costa a la Sierra, hasta el Horizonte amazónico. Mónica, Karla, Priscila y Sara, junto a compañeros de camino como Teodoro, Santiago, José María y Luis Daniel, se unen a las consagradas llegadas de España, de Perú o de Nicaragua, entre las cuales Rosario, Cristina, Patricia, Luján, Elieth y Fannery. Una pluralidad de orígenes que muestra una presencia capaz no solo de alcanzar las comunidades, sino de generar raíces locales y nuevas vocaciones. Un mosaico que narra cómo una semilla plantada hace más de veinte años ha crecido, entrelazando historias y territorios. Ya no es la misión de unos pocos. Es la misión que pertenece a todo un país.
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