Comunidades guardianas de la «socio-biodiversidad»
Vincenzo Giardina – Ciudad del Vaticano
En Brasil crece la preocupación tras la aprobación de algunas normas de la ley apodada por los críticos como Lei da Devastação (Ley de Devastación), que reduciría las medidas de protección medioambiental también en la región del Amazonas.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha vetado 63 de los 398 artículos de la ley, aprobada a finales de julio por el Congreso.
Entre las normas rechazadas por el jefe de Estado figuran las relativas a las autodeclaraciones que habrían sustituido a los estudios de impacto ambiental. En cambio, se han aprobado vías preferentes para proyectos definidos como «estratégicos»: una tipología en la que también podrían entrar las prospecciones petrolíferas en el delta del río Amazonas.
La suspensión afectó también a artículos importantes para las zonas habitadas por las comunidades quilombolas, de origen africano: Lula bloqueó normas que habrían excluido a los nativos de las decisiones sobre concesiones para la explotación agrícola o minera en sus territorios.
La zona en cuestión se encuentra en el Estado de Pará, cuya capital es Belém, la ciudad puerta de entrada a la Amazonia, que acogerá del 10 al 21 de noviembre la conferencia COP 30 de las Naciones Unidas sobre el cambio climático.
El compromiso con la agroecología
Vincenzo Ghirardi, jefe de proyecto de No One Out, una organización asociada a la Federación de Organizaciones de Voluntariado Internacional de Inspiración Cristiana (Focsiv), nos habla de los temores, pero sobre todo de las iniciativas de protección, en una zona fronteriza entre campos cultivados y bosques.
La apuesta, con la diócesis local de Bragança y el apoyo de los fondos del 8xmille de la Iglesia católica, se centra en la formación de los agricultores en agroecología gracias a los cursos de una escuela especializada. «El objetivo es valorizar los conocimientos tradicionales tanto sobre las plantas como sobre los alimentos – explica Ghirardi – para que estos conocimientos puedan transformarse en productos capaces de aportar beneficios».
El reto es la frecuente alternancia entre sequías y lluvias intensas, pero no solo eso. «También se ha formado un grupo de jóvenes, ahora más de treinta, que se hacen llamar guardianes de la socio-biodiversidad», dice Ghirardi: «El compromiso es volver a utilizar las semillas más resistentes al cambio climático y oponerse a las que proponen las multinacionales, a menudo transgénicas».
Educación rural y participación ciudadana
El trabajo del Instituto Regenera, una organización local que colabora tanto con No One Out como con la diócesis, en particular con su Red Bragantina de Economia Solidária, también se centra en estos temas. «Son uno de nuestros socios más sólidos», explica uno de sus fundadores, el antropólogo Maurício Alcântara: «Su trayectoria en la educación rural y la construcción comunitaria a través de la agroecología y la participación ciudadana es ejemplar».
De cara a la COP 30
La COP 30 plantea nuevos retos. «En los medios de comunicación y en la sociedad civil se está reflexionando mucho sobre el papel de la presidencia de Brasil en la definición de la agenda de trabajo de la conferencia», subraya Alcântara.
La reflexión también se refiere a las contradicciones internas del país: es un punto de referencia mundial en los debates sobre el clima y el medio ambiente, pero aún debe afrontar muchos conflictos relacionados con la gestión de la agricultura, el principal sector económico nacional, que lo convierte en el quinto mayor emisor de gases de efecto invernadero, a pesar de tener una base energética relativamente limpia
El debate sobre la COP avanza al mismo ritmo que las campañas de movilización. «Con una coalición de decenas de organizaciones brasileñas», anuncia el cofundador del Instituto Regenera, «hemos conseguido que al menos el 30% de los alimentos de los restaurantes de Belém procedan de cultivos familiares, de la agroecología y de los pueblos nativos de la Amazonía».
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