Sudáfrica, la migración transforma el rostro del país
Enrico Casale - Ciudad del Vaticano
La migración está transformando el rostro de Sudáfrica. No solo las calles de Johannesburgo y los barrios de Ciudad del Cabo, sino también el debate público y político de un país que, antaño centro económico del continente, se ha convertido también en un destino de esperanza y tensiones. Detrás de las cifras hay personas: familias que buscan estabilidad, trabajadores que sustentan sectores productivos enteros, mujeres y niños que huyen de la pobreza y la violencia.
Un recurso que representa a los migrantes
Según Statistics South Africa, en 2022, los inmigrantes representaban el 3,9% de la población, aproximadamente 2,4 millones de personas, más del doble que en 1996. La mayoría proviene de países de la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC): Zimbabue, Mozambique, Lesoto, Malawi, Suazilandia y Namibia. Más de tres de cada cuatro migrantes son africanos, y predominan los hombres, a menudo atraídos por las oportunidades laborales. Sin embargo, las mujeres superan en número a quienes migran para la reunificación familiar. La provincia de Gauteng, el corazón industrial y financiero, sigue siendo el principal destino, seguida del Cabo Occidental. Pero la migración no es solo un movimiento de personas: también es una transformación económica. Los inmigrantes contribuyen al crecimiento del país, pero siguen estando marginados. Entre los hombres inmigrantes, el 45,8 % está empleado, en comparación con tan solo el 18,2 % de las mujeres. La mayoría trabaja en el comercio y la construcción, mientras que las mujeres se emplean principalmente en el servicio doméstico.
El centro Scalabriniano
Detrás de las estadísticas se esconde una realidad más dura. "En los últimos meses, hemos visto un aumento de los movimientos que exigen la exclusión de los migrantes de los servicios públicos", afirma Giulia Treves, directora del Centro Scalabriniano en Ciudad del Cabo. "Grupos como el movimiento Dudula han organizado bloqueos frente a clínicas y escuelas para exigir la documentación de las personas. Sin embargo, la legislación sudafricana protege el derecho universal a la educación y la atención médica, incluso para quienes no tienen permisos". En Sudáfrica, el discurso antiinmigrante es siempre el mismo: los recursos son escasos y están siendo absorbidos en su totalidad por los migrantes. "Se afirma – observa Treves – que los migrantes están ocupando plazas en escuelas o clínicas, pero la verdadera causa es la corrupción y la mala gestión. Mientras tanto, la población más pobre, sudafricanos y extranjeros, compite por servicios cada vez más escasos". El Centro Scalabriniano, fundado en 2002, es ahora un punto de referencia para miles de personas que buscan asistencia jurídica, cursos de idiomas o apoyo psicológico. Cada año, ofrece aproximadamente 14.000 consultas de documentos y más de 500 personas al mes contactan con sus servicios de asistencia. "Contamos con un albergue para menores no acompañados y programas de formación básica – explica Treves – que incluyen cursos de inglés, alfabetización digital, orientación laboral y programas de empoderamiento para mujeres".
El limbo de la burocracia
El trabajo del Centro no se limita a la recepción. Muchos de nuestros beneficiarios están atrapados en un limbo burocrático. Obtener permisos de trabajo es difícil y el sistema de asilo está en crisis —continúa—. Hoy en día, casi nadie puede solicitarlos en la frontera, como exige la ley. Esto provoca deportaciones ilegales y una creciente inseguridad. El marco regulatorio se ha vuelto cada vez más restrictivo con el paso de los años. «La ley de refugiados, que en 1998 se consideraba una de las más avanzadas del mundo, se ha ido erosionando progresivamente», observa. «Recientemente, incluso se ha hablado de retirarse de la Convención de Ginebra para limitar la entrada de solicitantes de asilo. Es una señal preocupante». Sin embargo, en el Cabo Occidental, la convivencia parece más pacífica que en otros lugares. «Aquí no hemos visto incidentes graves de xenofobia, a diferencia de Gauteng o KwaZulu-Natal», señala Treves. «Nuestra provincia está mejor gobernada y los partidos más radicales tienen menos influencia, pero la tensión sigue siendo alta y el discurso antiinmigrante va en aumento».
Protección de menores y mujeres
El Centro Scalabriniano trabaja en colaboración con el Departamento de Servicios Sociales, especialmente para la protección de menores y mujeres víctimas de violencia. "En los últimos veinte años, hemos pasado de desconocer lo que era un 'menor no acompañado' a contar con programas financiados por el Estado", observa. "Este es un gran avance. Ahora también nos centramos en las víctimas de trata y en la prevención de la violencia de género". La directora habla de un enfoque integral, destinado a reconstruir la confianza y la autonomía de las personas: "Muchos migrantes llegan con profundos traumas. Antes de considerar el empleo, necesitamos ayudarlos a encontrar estabilidad. Luego los apoyamos en programas de formación o microemprendimientos: pequeños negocios, como la restauración o la belleza, que les permiten sobrevivir con dignidad".
Un chivo expiatorio
Sin embargo, el contexto sigue siendo frágil. El aumento de la inmigración y la escasez de permisos regulares alimentan la tensión social. El riesgo, observa Treves, es que la inmigración se convierta en el chivo expiatorio de los problemas estructurales. «En un país marcado por desigualdades históricas – concluye – el miedo a los extranjeros a menudo sirve para enmascarar las verdaderas causas de la pobreza. Pero quienes llegan aquí no se llevan nada: simplemente buscan vivir». En el panorama sudafricano, la migración sigue siendo una fuerza silenciosa que impulsa la economía, enriquece la sociedad y desafía las instituciones. Una prueba para la democracia nacida de Nelson Mandela, obligada una vez más a elegir entre la inclusión y el cierre.
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