La hermana Dima Chebib mientras lee su testimonio al Papa en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa  (@Vatican Media) La hermana Dima Chebib mientras lee su testimonio al Papa en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa (@Vatican Media)  (@Vatican Media)

Líbano, una religiosa: bajo las bombas descubrí la paz de Cristo

La hermana Dima Chebib, directora escolar en la ciudad libanesa de Baalbeck, ofreció a León XIV uno de los testimonios que inauguraron el encuentro en el Santuario de Harissa con obispos, clérigos y consagrados locales: a pesar de la guerra, nos quedamos para acoger a las familias refugiadas, cristianas y musulmanas, en fraternidad y confianza.

Hermana Dima Chebib,

 «Del mismo modo, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lucas 17, 10).

Santo Padre,

doy gracias al Señor por poder dar testimonio ante usted de la obra de Dios en mi vida y en la misión que Él me ha confiado. Soy la hermana Dima, religiosa de las Hermanas de los Sagrados Corazones. Mi congregación me envió a Baalbeck, una ciudad de mayoría musulmana, donde nuestras hermanas sirven fielmente al Evangelio desde 1882. La región ha vivido muchas tensiones y dificultades, pero siempre hemos encontrado una manera de servir y amar a todos, sin distinciones.

Cuando estalló la guerra en Baalbeck, en octubre de 2024, todo podría haber terminado. Pero la gracia del Señor me dio la fuerza para quedarme. No podía irme. Mi vida ya está entregada a Cristo y a mis hermanos. ¿Por qué intentar salvar mi vida, cuando ya la he entregado?

Ante los bombardeos, muchos habitantes de Baalbeck prefirieron abandonar la ciudad para garantizar su seguridad. Pero con el obispado greco-católico de Baalbeck decidimos quedarnos y acoger a las familias refugiadas, cristianas y musulmanas, que habían venido en busca de seguridad y paz. Compartimos el pan, el miedo y la esperanza. Vivimos juntos, rezamos juntos y nos apoyamos mutuamente en la fraternidad y la confianza.

Sí, había miedo, porque las milicias armadas estaban a menudo presentes a nuestro alrededor. Una noche, dos personas llegaron incluso al convento, armas en mano, para romper las cámaras exteriores del colegio. En esos momentos de inseguridad, solo encontré paz en la oración.

Recuerdo un día en que se anunció que un misil había caído muy cerca del convento. Estaba sola, pero en realidad no lo estaba. Mientras esperaba, elegí el silencio para permanecer en la presencia de Dios. En esa paz interior, estaba preparada para todo, incluso para encontrarme con Él cara a cara.

Con las ONG que permanecieron en Baalbeck, continuamos prestando servicio in situ, pero también seguimos a nuestros profesores y alumnos refugiados en Deir El Ahmar y Zahlé, organizando centros de estudio para estar con ellos allí donde habían ido. Después de Pentecostés, los Apóstoles fueron llevados por la fuerza del Espíritu Santo hasta los confines del mundo. En Baalbeck reconocí el mismo soplo: el del Resucitado que enseña a amar en el corazón del miedo, a servir en la fatiga, a esperar más allá de lo posible.

Sí, Santo Padre, en el corazón de la guerra descubrí la paz de Cristo. Y doy gracias a Dios por esta gracia de permanecer, amar y servir hasta el final.

Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí

01 diciembre 2025, 15:57