Dios mío, apiádate de mí
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: 'Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador' (Lucas 18, 9-14)
Comentario del Evangelio con el padre Johan Pacheco.
23 octubre 2025