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El arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales El arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales

Gallagher: Es moralmente indefendible construir la paz sobre la amenaza de la destrucción

En un discurso pronunciado este jueves en Florencia, en la Facultad de Teología de Italia Central, el Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales enfatizó la necesidad de preservar los "principios de humanidad" en un contexto contemporáneo donde el derecho internacional a menudo se "descuida y, no pocas veces, se viola". Recordó también cómo, desde la Edad Media, la Iglesia y los Papas han impulsado la resolución de conflictos através del diálogo.

Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano

Un "montón de escombros" o un "jardín florido": dos visiones que compiten por el alma del mundo. San Juan Pablo II, ya en el año 2000, previó esta encrucijada para la humanidad. Hoy, ese riesgo se renueva, alimentado por la idea "moralmente indefendible y estratégicamente insostenible" de construir la seguridad amenazando con la "destrucción total". Las sombras de las armas nucleares siguen proyectando su sombra sobre las conciencias, mientras que la luz de un mundo reconciliado permanece como una promesa cultivada en esa semilla de «perdón valiente» que la Iglesia ha atesorado y proclamado desde la Edad Media hasta el Papa León XIV. Estos son los riesgos y las esperanzas que expresó el arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, en su discurso inaugural pronunciado la tarde de este jueves 13 de noviembre, en la Facultad de Teología de Italia Central en Florencia, titulado «La amenaza nuclear: nuevos escenarios de riesgo y el compromiso de los cristianos».

Crisis internacionales

El arzobispo inglés —de regreso de su viaje a Sri Lanka la semana pasada— comenzó vinculando la actual amenaza nuclear con el octogésimo aniversario de la primera prueba nuclear en Nuevo México y la devastación de Hiroshima y Nagasaki, cuyo sufrimiento representa un recordatorio permanente del potencial catastrófico de las armas atómicas. El contexto actual, observó, se ha visto sometido a una "severa prueba" por numerosas crisis: la pandemia mundial, la creciente frecuencia de desastres naturales, la inseguridad alimentaria, el aumento del hambre, nuevos conflictos y la violencia generalizada en muchos países. El equilibrio de poder posterior a la Segunda Guerra Mundial se ha visto sacudido, y la paz hoy "ya no puede darse por sentada", debido también a las crecientes "dudas" sobre la capacidad de la comunidad internacional para mantener la estabilidad entre las naciones.

El fracaso de la "retórica de la amenaza"

"La lógica de la confrontación y las luchas de poder se ha fortalecido significativamente", afirmó Gallagher, "con la formación de nuevas alianzas y el resurgimiento de la retórica de la amenaza, en particular la amenaza nuclear". El mundo está presenciando, por lo tanto, "una fuerte recuperación y una acelerada carrera armamentista acompañada de renovados esfuerzos, a veces frenéticos, para expandir los arsenales existentes y sus capacidades destructivas". La pregunta que surge es el significado de esta "retórica de la amenaza", que generalmente refleja una relación dañada, en la que el otro es percibido como peligroso. Ante la incertidumbre, adoptamos instintivamente una postura defensiva, lo que dificulta la comunicación y la reduce a una demostración de poder con fines intimidatorios. La información contemporánea, además, fuertemente visual, amplifica esta percepción mediante la representación de capacidades militares. La postura de amenaza, derivada del miedo al otro, puede producir un efecto disuasorio aparentemente eficaz, pero solo genera un precario y frágil equilibrio entre miedo y chantaje, sobre el cual resulta imposible construir relaciones pacíficas y duraderas.

El mundo en una encrucijada: ¿un paraíso o un montón de escombros?

Un equilibrio que San Juan XXIII ya rechazó en su encíclica Pacem in Terris (1963), donde instaba al desarme integral para disolver la psicosis de la guerra. Esto implica sustituir la lógica de la fuerza por la de la confianza mutua, un cambio de paradigma que no siempre es fácil. Lamentablemente, señaló el arzobispo, persiste la creencia de que el equilibrio militar, y en particular el nuclear, puede constituir una garantía de paz y seguridad. Citando nuevamente al Papa Roncalli, recordó cómo la carrera armamentista nuclear genera en los seres humanos el temor de vivir en la pesadilla de un huracán que podría estallar en cualquier momento. Un equilibrio basado en el terror y las demostraciones mutuas de fuerza, añadió el Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, no puede garantizar de ninguna manera una paz auténtica; al contrario, contribuye a aumentar el riesgo y el alcance destructivo de un posible conflicto. «La idea de construir la paz sobre la amenaza de la destrucción total o sobre la ilusión de que la estabilidad puede derivar de la posibilidad de la aniquilación mutua», reiteró, «es moralmente indefendible y estratégicamente insostenible». Esta es una encrucijada que San Juan Pablo II resumió en el año 2000: «La humanidad posee hoy instrumentos de un poder sin precedentes: puede convertir este mundo en un jardín o reducirlo a un montón de escombros».

El peligro de la «modernización tecnológica» de la guerra

La continua «modernización tecnológica» de las capacidades militares multiplica aún más este riesgo. Gallagher recordó que las herramientas de Inteligencia Artificial (IA) también se utilizan hoy en día en la guerra «de una manera cada vez más inescrupulosa». Varias ojivas son ahora capaces de identificar y atacar objetivos sin intervención humana, pero —enfatizó— «ni siquiera los sistemas más modernos podrán jamás reemplazar la capacidad humana única para el juicio moral y la toma de decisiones éticas». La nota de Antiqua et Nova sobre IA advierte que las armas autónomas letales podrían hacer la guerra más «viable», ampliando su alcance y «difuminando aún más los límites entre lo permisible y lo ilícito». En este escenario, la aplicación del principio de proporcionalidad —piedra angular del derecho humanitario y de la teoría de la guerra justa—, que exige limitar el uso de la fuerza «a lo estrictamente necesario para alcanzar objetivos legítimos», se torna más compleja. Todo esto tiene profundas consecuencias para la protección de los principios humanitarios fundamentales y para la humanidad misma.

Caminos de diálogo y medios pacíficos

Por ello, subrayó el arzobispo, urge responder al llamado de los Padres del Concilio Vaticano II a «considerar la guerra con una mentalidad completamente nueva». Una paz «desarmada y que desarma, humilde y perseverante» —como afirmó el Papa León XIV— requiere vías de diálogo y medios pacíficos para resolver las disputas internacionales: «No se trata de disuasión, sino de fraternidad; no se trata de ultimátum, sino de diálogo. No será fruto de victorias sobre el enemigo, sino resultado de sembrar justicia y un perdón valiente».

La Iglesia históricamente contraria a la guerra

Históricamente, recordó el arzobispo, desde la Edad Media hasta los movimientos modernos, la Iglesia siempre ha contado con firmes defensores de la resolución pacífica de los conflictos. Pío IX, en la segunda mitad del siglo XIX, denunció el escándalo de la guerra y ratificó el primer Convenio de Ginebra (1864), aclarando que la Iglesia jamás haría la guerra. Todos sus sucesores han reiterado firmemente su condena a la guerra: «¡Nunca más la guerra, nunca más la guerra!», declaró san Pablo VI ante las Naciones Unidas en 1965. Asimismo, san Juan Pablo II afirmó con rotundidad que «la guerra debe pertenecer al trágico pasado, a la historia; no debe tener cabida en los planes del hombre para el futuro». El papa Francisco, en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2017, recordó que «cuando resisten la tentación de la venganza, las víctimas de la violencia pueden ser las protagonistas más creíbles de los procesos no violentos de construcción de la paz». Y en su reciente Carta Apostólica con motivo del sexagésimo aniversario de la Declaración Conciliar Gravissimum Educationis, León XIV insistió en la importancia de «una escucha que reconoce al otro como un bien, no como una amenaza».

Preservar los "principios de humanidad"

El arzobispo Gallagher enfatizó la urgencia de "preservar los principios de humanidad" en el contexto internacional. La "nueva mentalidad" evocada por el Concilio exige un compromiso firme con el respeto del derecho internacional humanitario, que con demasiada frecuencia se viola en los conflictos contemporáneos. Los ataques deliberados contra civiles e infraestructura, y la consiguiente "trialización" de las atrocidades, socavan la dignidad humana y debilitan todo el sistema normativo de los Convenios de Ginebra. "No puede haber una paz auténtica" si este marco no está protegido, afirmó el Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales. Es esencial mantener la distinción entre civiles y combatientes, reafirmando los principios de proporcionalidad y precaución. Sin embargo, "adaptar el marco jurídico no basta": debemos redescubrir los principios éticos que deben guiar la acción humana.

El enfoque integral necesario para la paz

Como nos han recordado los sucesivos Papas desde el Concilio Vaticano II, "sería ilusorio reducir la paz a la mera ausencia de conflicto". Más aún, «la amenaza nuclear y el consiguiente equilibrio del terror no pueden ser el fundamento de una paz verdadera, justa y duradera». En el contexto globalizado actual, donde las interdependencias han crecido hasta generar dependencias reales, la paz exige un enfoque integral de la seguridad, basado en la justicia y la caridad. En conclusión, según Gallagher, «la incontrolabilidad de un poder destructivo capaz de atacar a un inmenso número de civiles inocentes exige una profunda reflexión, un diálogo sincero entre los diversos actores y un compromiso firme para definir un marco sólido de normas». Solo así será posible avanzar por la senda de la desmilitarización del mundo, construyendo confianza mutua y promoviendo una cultura de paz. Como recordó el Papa León XIV en su Carta Apostólica sobre la Educación: «La educación católica tiene la tarea de reconstruir la confianza en un mundo marcado por el conflicto y el miedo, recordando que somos hijos, no huérfanos: de esta conciencia nace la fraternidad».

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14 noviembre 2025, 16:35