Padre Pasolini: Que la Iglesia sea la casa de todos, la comunión no es uniformidad
Isabella Piro – Ciudad del Vaticano
¿De qué unidad debemos ser testigos? ¿Y cómo ofrecer al mundo una comunión creíble que no sea, genéricamente, fraternidad? Estas fueron las principales preguntas en las que se centró la segunda de las tres meditaciones de Adviento del padre Roberto Pasolini, predicador de la Casa Pontificia, que el fraile menor capuchino propuso a León XIV y a sus colaboradores de la Curia romana en la mañana de hoy, viernes 12 de diciembre, en el Aula Pablo VI. El tema elegido para las tres reflexiones es “Esperando y apresurando la llegada del día de Dios”.
La torre de Babel y el miedo a la dispersión
Tras la primera meditación del 5 de diciembre, dedicada a “La Parusía del Señor”, hoy el padre Pasolini articuló su reflexión en torno a tres imágenes: la torre de Babel, Pentecostés y la reconstrucción del templo de Jerusalén. La primera representación, de una ciudad fortificada y una torre altísima, es el emblema de una familia humana que, tras el diluvio, intenta exorcizar “el miedo a la dispersión”. Pero este proyecto esconde “una lógica mortal”, ya que la unidad se busca “no a través de la composición de las diferencias, sino mediante la uniformidad”.
El pensamiento único de los totalitarismos del siglo XX
“Es el sueño de un mundo en el que nadie es diferente, nadie corre riesgos, todo es predecible”, observó el padre Pasolini, hasta tal punto que para construir la torre no se utilizan piedras irregulares, sino ladrillos idénticos entre sí. El resultado es, sí, la unanimidad, pero aparente e ilusoria, porque “se obtiene a costa de la eliminación de las voces individuales”. De ahí, el pensamiento del predicador se dirigió a los tiempos modernos y contemporáneos, es decir, a los totalitarismos del siglo XX que impusieron “el pensamiento único”, silenciando y persiguiendo la disidencia. Pero “cada vez que la unidad se construye suprimiendo las diferencias —añadió—, el resultado no es la comunión, sino la muerte”.
El rápido consenso de las redes sociales y la IA
Incluso hoy, “en la era de las redes sociales y la inteligencia artificial”, los riesgos de la homogeneización no faltan. Es más, se presentan con nuevas formas, en las que los algoritmos crean “burbujas informativas” unívocas, patrones predecibles que reducen la complejidad humana a estándares, plataformas que apuntan al consenso rápido, penalizando “el disenso reflexivo”. Se trata de una tentación de la que “ni siquiera la Iglesia escapa”, explicó el religioso capuchino, recordando las muchas veces en que, a lo largo de la historia, la unidad de la fe se ha confundido con la uniformidad, en detrimento del “ritmo lento de la comunión que no teme la confrontación y no borra los matices”.
La diferencia es la gramática de la existencia
Un mundo construido con base en la utopía de copias idénticas, prosiguió el padre Pasolini, “es la antítesis de la creación”, porque “Dios crea separando, distinguiendo, diferenciando” la luz de la oscuridad, el agua de la tierra, el día de la noche. En este sentido, “la diferencia es la gramática misma de la existencia” y rechazarla significa invertir “el impulso creador” en pos de una falsa seguridad que, en realidad, es un “rechazo de la libertad”.
Dios devuelve la dignidad a las singularidades
La confusión de lenguas con la que Dios responde a la torre de Babel no es, pues, un castigo, sino más bien “una cura”, enfatizó el predicador de la Casa Pontificia: el Señor “devuelve la dignidad a las singularidades”, dando nuevamente a la humanidad “el bien más preciado”, es decir, “la posibilidad de no ser todos iguales”. Porque “no hay comunión sin diferencia”.
Pentecostés, emblema de comunión
La segunda imagen, la de Pentecostés, es el emblema de la comunión, a pesar de la ausencia de uniformidad. Los apóstoles hablan su propia lengua y sus oyentes comprenden en la suya, porque “la diversidad permanece, pero no divide”; las diferencias no se eliminan para crear unidad, sino que se transforman “en el tejido de una comunión más amplia”.
La renovación de la Iglesia, una necesidad perenne
A continuación, el padre Pasolini ilustró la tercera imagen: el Templo de Jerusalén, destruido y reconstruido muchas veces. Cada reconstrucción, explicó, “nunca puede ser un camino lineal”, porque estará compuesta de “entusiasmo y lágrimas, nuevos impulsos y profundos arrepentimientos”. Todo esto es “un valioso compendio” para comprender “la perenne necesidad” de renovación de la Iglesia, encarnada perfectamente por san Francisco de Asís. La Iglesia, de hecho, está llamada a dejarse reconstruir continuamente para hacer traslucir “la belleza del Evangelio”, permaneciendo fiel a sí misma y, al mismo tiempo, continuando su “servicio al mundo”.
Acoger la variedad, no anularla
Lejos de ser “una necesidad extraordinaria”, subrayó el padre Pasolini, la renovación eclesial es “la actitud habitual” de la Iglesia fiel al mandato apostólico y, sobre todo, no es uniformidad ni “una labor pacífica”. Una Iglesia que se renueva, de hecho, es capaz de “acoger la variedad” y de “un auténtico combate espiritual”, libre de los “atajos del puro conservadurismo y la innovación acrítica”. Porque la comunión nunca es “un sentimiento homogéneo” ni una anulación mutua, sino un espacio de “escucha mutua”. Solo así, “la Iglesia vuelve a ser verdaderamente la casa de todos”.
El Concilio Vaticano II y la “primavera del Espíritu”
El padre Pasolini dedicó una reflexión final al Concilio Vaticano II: sesenta años después del Concilio, a menudo definido como la “primavera del Espíritu”, emerge tanto “un declive en las prácticas, números y estructuras históricas de la vida cristiana” como un nuevo fermento del Espíritu evidenciado por la “centralidad de la Palabra de Dios”, un laicado “más libre y misionero”, “un camino sinodal” que se ha convertido en una “forma necesaria” y un cristianismo que “florece en muchas regiones del mundo”.
Volver al corazón del Evangelio
El declive, explicó el predicador, se convierte en decadencia si la Iglesia pierde “la conciencia de su naturaleza sacramental y se percibe como una organización social”, reduciendo la fe a ética, la liturgia a función y la vida cristiana a moralismo. En cambio, más allá de posturas ideológicas, como el tradicionalismo y el progresismo, el declive puede convertirse en “un tiempo de gracia” en el momento en que la Iglesia vuelve “al corazón del Evangelio”, distanciándose de las “estrategias” humanas, de las “contraposiciones que dividen y hacen estéril todo diálogo” y de las “soluciones inmediatas y fáciles”.
La Iglesia, un don que se debe custodiar y servir
En definitiva, concluyó el padre Pasolini, la Iglesia no es algo que se construye según criterios humanos, sino “un don que se debe recibir, custodiar y servir” con gestos humildes, día tras día, cada uno con un toque de fidelidad y caridad. El predicador de la Casa Pontificia concluyó su reflexión con una oración al Señor para que “el pueblo creyente progrese siempre en la construcción de la Jerusalén celestial”.
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