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León XIV saluda al padre Charbel Fayad en el encuentro celebrado en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa  (@Vatican Media) León XIV saluda al padre Charbel Fayad en el encuentro celebrado en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa (@Vatican Media)

Líbano, un capellán: Dios no deja de amar a quienes están tras las rejas

En el santuario mariano de Harissa, el padre Charbel Fayad, sacerdote que presta servicio en las cárceles libanesas, cuenta a León XIV que, en esta misión, la misericordia «no es una idea, sino un rostro: el del recluso que llora mientras recibe la Eucaristía, el del guardia que aprende a perdonar, el de la madre que espera a su hijo con esperanza».

Padre Charbel Fayad

Santo Padre,

vengo humildemente a dar testimonio de la misión que el Señor, a través de la Iglesia, nos confía en el corazón de las cárceles del Líbano. Allí, tras las rejas, encontramos a hombres y mujeres que la sociedad ha olvidado, pero a los que Dios nunca ha dejado de amar. Allí, donde el mundo a menudo solo ve muros y crímenes, hemos descubierto rostros, historias y, sobre todo, almas sedientas de misericordia.

Cada visita tras esas puertas cerradas se convierte en un encuentro con Cristo sufriente. Llevamos su palabra, pero a menudo somos nosotros los que salimos evangelizados. En la mirada de los reclusos, a veces perdida, a veces iluminada por una nueva esperanza, vemos reflejada la ternura del Padre que nunca se cansa de perdonar.

El contexto libanés hace que esta misión sea particularmente exigente, difícil y dura: la pobreza, el hacinamiento en las cárceles, la indignidad, la falta de higiene, la lentitud de la justicia y el peso de las heridas personales. Sin embargo, es precisamente en esta fragilidad donde la gracia actúa con fuerza. Celebramos la misa, escuchamos las confesiones, compartimos el pan y la Palabra, los acompañamos en todos los niveles. Y allí, a menudo en silencio, renace la alegría de saberse amados, incluso tras los muros.

Un día, un preso me dijo: «Habéis venido hasta aquí, así que Dios no me ha olvidado». Estas palabras me llegaron al corazón. Me recordaron las palabras de Jesús: «Estaba en la cárcel y vinisteis a visitarme» (Mt 25,36). El amor de Cristo no conoce fronteras: ni las de los países, ni las de las cárceles, ni las de los corazones endurecidos. Ese día comprendí que el Señor no nos envía para cambiar a los demás, sino simplemente para amarlos, como Él nos ama a nosotros.

En esta misión descubrimos que la misericordia no es una idea, sino un rostro: el del recluso que llora al recibir la Eucaristía, el del guardia que aprende a perdonar, el de la madre que espera a su hijo con esperanza. El Evangelio se encarna en estos lugares de reclusión. Y es allí donde la Iglesia se muestra en su belleza: una Iglesia pobre, cercana, compasiva, que se inclina sobre las heridas del mundo. Una Iglesia que se parece a Jesús.

Santo Padre, gracias por recordarnos continuamente que la misericordia es el rostro de Dios. En las cárceles del Líbano, esta verdad se hace vida cada vez que un preso descubre que no está solo, que su vida puede recomenzar, que Dios aún lo espera.

Que usted, Santo Padre, pueda encontrar en este testimonio el eco de tantas vidas transformadas por la gracia y la certeza de que, incluso en la oscuridad de las celdas, la luz de Cristo nunca se apaga.

Hoy le confío a usted los prisioneros del Líbano, sus familias y todos aquellos que sufren en secreto. Que su visita sea un signo de esperanza y paz para todo nuestro pueblo.

Ninguna vida está perdida, Santo Padre, cuando se confía al amor de Cristo.

Gracias.

 


San Vicente de Paúl, nuestro padre espiritual, lo comprendió cuando visitaba a los presos: veía en ellos al Cristo sufriente. Todavía hoy nos invita a ser testigos de la misericordia, a no apartar nunca la mirada de los que han caído.

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01 diciembre 2025, 15:42